domingo, 29 de agosto de 2010

En boca cerrada no entran moscas.

Con el paso del tiempo he ido aceptando mi intolerancia. Y no hago excepciones ni discrimino, mi intolerancia sustentada en mis percepciones y en mis sentimientos no distingue raza, sexo, credo ni filiación política.

Cuando la gente defiende la necesidad de socializar entendiéndolo como algo básico e indispensable, se defiende argumentando que el ser humano es un ser gregario por naturaleza. Sin embargo, existen excepciones de personas que abandonaron completamente la sociedad por convicción propia, huyendo de todo lo preestablecido.

Cuando alguien defiende su derecho de platicar de alguna cosa con otra persona, ya sea de índole personal o referente a cualquier tema que pueda existir, argumentará que es necesario hacerlo puesto que se necesitan percepciones ajenas para tener un mejor panorama sobre cualquier asunto. Sin embargo, esas mismas personas pueden pasar noches en vela repasando un problema, un dilema, una duda... hablándolo con cuantas personas sea necesario, escuchando miles de razones. Hasta escuchar la razón que los convenza y les convenga. Al final, todos queremos escuchar que no hicimos las cosas mal, que no hicimos las cosas de tan mala manera. Que teníamos razón todo el tiempo. La única percepción que vale, al final, es la propia.

Cuando la gente sale por las noches para realizar cualquier actividad recreativa, acompañado de otras personas en algún lugar, lo hace con la intención de distraerse, abandonar la rutina, despejarse de los problemas "reales", reírse, emborracharse, bailar, cantar, etc. Sin importar si al lugar al que vayan sea imposible conversar por el ruido, si la música que haya sea del agrado o melodiosa, si el alcohol como lubricante social diluye la calidad de las conversaciones y de las amistades hechas.

Qué se puede hacer cuando no quieres formar parte de este ciclo exhasperante, lleno de una rutina todavía más desquiciante que la del 9-5 cuasi obligatorio. Qué otras opciones quedan, cuando te das cuenta de que la gente te desespera, el contacto se vuelve apenas soportable alterando tu percepción por cualquier medio necesario, las conversaciones disfrutables en ocasiones.

Y es imposible de escapar de todo éso. En cualquier lado, en cualquier labor que se busque desempeñar existirá algo de contacto humano. Y no es nada personal, pero hasta el momento en contadas excepciones he encontrado personas que me impulsan a buscar ese apego. Los mismos comentarios, la misma sensación de importancia y de grandeza sustentada en espejismos autorecetados.

¿Me escapo de esos espejismos? Para ser sincero, creo que solamente a ratos.

No busco la proclamación de mis ideas. Si alguien llegara a tropezar con este "rincón" sería por buena o mala suerte. No busco generar comentarios respecto a mí, no me interesa ni me atrae. Antes bien, me da ñáñaras pensar en alguien hablando de mí.

Cuando pienso en cosas que a través del tiempo he dicho, he pensado, he hecho... muchas veces es inevitable también sentir esas ñáñaras, ese "oish" respecto a mí mismo. Me doy cuenta de que no termino de conocerme y/o de aceptarme, y no sé si algún día lo llegaré a hacer.

Antes pensaba que era "diferente" a los demás. En estos días recordaba una conversación de tiempos ancestrales (inicios de la preparatoria) en la que proclamaba mi diversidad respecto al resto de mis congéneres. "Soy diferente a los demás hombres". Cuando me preguntó por qué, no supe qué decir.

Hoy me gustaría pensar que soy diferente, pero esas diferencias se me hacen bien tristes. Casi preferiría ser igual a los demás.

1 comentario:

  1. chocala manito... describiste muchas cosas que pienso

    saludos ropi :D

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