domingo, 19 de diciembre de 2010

Crónica del concierto de Roger Waters, The Wall pte. 1

Preámbulo y empezamos.

Desde hace siete meses se anunció la fecha prometida, Roger Waters estaba dispuesto a realizar una gira y llevar a escena The Wall después de treinta años, The Wall es mucho más que un disco emblemático del siglo XX de la legendaria banda de rock progresivo Pink Floyd, es un concepto complejo, amplio y a la vez concreto que aborda temas políticos, realidades psicológicas, aspectos sociológicos, cuestiones personales del compositor y muchas otras cosas, la fecha para nosotros, los nacidos en la tierra limítrofe al muro americano era el 18 de diciembre en el distrito federal, algunos aguardamos para ver si asistiría a Monterrey, sin embargo los requisitos técnicos que solicitaba el espectáculo en relación a la cantidad de personas para presenciarlo no hacían eso posible en ningún otro lugar del país más que en el palacio de los deportes (también conocido como el palacio de los rebotes, por su pésima calidad acústica), pero que importaba si además de pagar más de cinco mil pesos por el boleto, había que trasladarse a la capital del país, ¡era de nueva cuenta Roger Waters! Era tiempo de ser testigos de un concepto operístico musical adecuando a los tiempo en que vivimos. Y además con un espectáculo totalmente rediseñado para desarrollar mi disco favorito.

Puedo decir que Pink Floyd es el único grupo de música en un idioma distinto al español del cual me considero fanático, tuve la oportunidad de ver a Roger Waters en mi ciudad natal en marzo del 2007 junto a uno de mis mejores amigos, Adrián Rodríguez. El entorno perfecto, el estadio donde juega el equipo del cual soy fan pletórico de euforia, fuego en el escenario, la luna llena en el cielo, un marrano de plástico navegando por los aires, la interpretación completa del “dark side”, un prisma gigante sobre nosotros, cerveza, amigos, todo, todo, pero todo se dispuso para hacer de esa noche una de las mejores de mi vida. Recuerdo salir y comentarle a Adrián que a pesar de lo vivido, para mi era un día triste pues estaba seguro que nunca volvería a presenciar algo de esas magnitudes. Adrián tan atento como siempre, me ignoró.

Como bien menciono líneas arriba El disco de The Wall lanzado en 1979 además de tener una impecable y soberbia calidad musical, el contenido político, sociológico y psicológico del mismo lo va catapultando como una obra maestra que permanece actual ante los tiempos que lamentablemente se siguen y se seguirán eternamente presentando. A esto hay que sumar la gran cantidad de proyecciones que uno como simple mortal encuentra en aspectos de diversas canciones.

En fin, esto ya parece un ensayo de Pink Floyd y The Wall y la actualidad cuando debería ser la reseña de un concierto, trataré de no desviarme más de lo que acostumbro.

Llegué al recinto con dos horas de anticipación, dos horas que se transformaron en 40 minutos antes de la primera canción que calculé perfectamente para perderme adrede en el metro tomando la ruta contraria hacia la estación Velódromo y también para buscar de manera fallida algo de comer. Con el tiempo en mi contra, (como siempre) pasé de manera rápida por un tianguis que servía de antesala al palacio de los deportes, en el mismo estoy seguro podría encontrar al mismísimo Roger Waters en venta, así como también una versión artesanal del mismo (desconozco a que se refieran tantos vendedores anunciando productos con dicho adjetivo), desde camisetas, blusas, chamarras, encendedores, vaso tequilero, calcomanías, discos, pósters, plumas hasta encendedores artesanales, vasos tequileros artesanales, pósters gigantes, overoles, ceniceros, lentes de sol, el dvd del concierto que estaba por presenciar (¿también venderán maquinas del tiempo?), cojines, plumas artesanales, la discografía en un usb y más muchísimo más… olvidaba comentar a cada artículo recién mencionado hay que agregar el adjetivo pirata.

Corriendo sin detenerme, busqué la puerta seis y en ese momento recordé que comparto gustos musicales con uno de mis escritores favoritos: Juan Villoro, por lo que sabía que ese día era el indicado para conocerlo, de hecho ya hasta tenía en mente como lo iba abordar, por lo que me lamenté mentalmente: ¡chingado!, tal vez estaba comprando una pluma artesanal en el tianguis y ni siquiera me percaté. Entonces a partir de ese momento decidí abrir bien los ojos y fijarme en los rostros de aquellos que tuvieran barba de piocha, con un semblante parecido al literato.

Después de la revisión, un túnel me dirigió exactamente hacia el puesto de souvenirs oficiales, ahí simplemente me detuve y no resistí la tentación de comprarme la camiseta oficial del concierto, decidí no ponérmela pues el clima me pareció agradable, entonces me la eché al hombro.

Ya más relajado al ver que disponía todavía de mas o menos media hora para encontrar mi lugar, decidí comprarme una cerveza doble para afinar la garganta, en la antesala del recinto se colocaron varios asientos y stands de diversos patrocinadores que hacían de ese especio un tipo de antro bastante agradable para platicar. Tomé asiento en uno de esos sillones y me percaté de la gran diversidad de edades con la cual estaba compartiendo la experiencia, señores y señoras de cabello blanco o simplemente sin cabello, hasta niños y niñas corriendo y saltando por donde compartíamos el trago. Al ver el fondo de mi vaso y sin haber cenado, ponderé… o invierto en la segunda ronda para terminar de afinar mi garganta o me compro algo de cenar. La decisión fue el empate. Terminé de cenar y mi cerveza en esa área y entré a donde se llevaría a cabo el espectáculo. Por cierto, para esas alturas de la noche, ya había visto a dos villoros, tres diputados federales, un director de cine, un tío y dos amigos y hasta el mismísimo Carlos Monsivaís, obviamente ninguno de todos los antes mencionados era en realidad.

Ocupé mi asiento, fila B, asiento 15, del lado derecho del escenario, a pesar de que los lugares eran de los más caros, es fácil advertir que para presenciar de manera completa el espectáculo uno debería colocarse al frente y tal vez hasta en medio del recinto, sin embargo la cercanía con la persona deseada siempre y a todo momento hace emocionarte y olvidarte de las sensaciones.

Compré otro par de cervezas para estar preparado en caso de que desafinara mi voz, ocupé mi localidad y el palacio se encontraba repleto, a mi lado dos gays de mas o menos treinta años de edad, del otro una solitaria mujer de avanzada edad, atrás de mi un padre con su hijo, adelante una pareja de hipsters, no estaba Villoro. Buenas noches, que dicen esto, que dicen lo otro, ya saben small talks con la cofradía, simplemente para atenuar y a la vez aumentar la emoción. De fondo se dejaban escuchar rolas de Dylan y de Lennon y pues si algo me parece fascinante de los defeños es su increible capacidad para hacer escándalo, entonces los ánimos y las emociones se encontraban al máximo al entonar las estrofas de rolas de los ídolos de ayer y ahora y de mañana.

Sobre el escenario, justo en el centro se vislumbraba un maniquí con unos lentes y una gabardina, detrás del mismo todos los instrumentos de la banda, una pantalla circular encima del maniquí y tanto del lado izquierdo como del derecho los ladrillos que conforme se fuera desarrollando el concierto irían cubriendo por completo el escenario hasta dejar a los músicos detrás del muro de ladrillos.

De repente un tipo vaquero de estilo pordiosero ronda por los pasillos con un carrito de supermercado, un policía detrás de él intenta reprimir su pancarta que sostiene con una leyenda, que no alcanzo a visualizar, me subo a la silla y aprovecho para buscar a Villoro, logro ver el contenido del anuncio: NECESITO DINERO PARA REGRESAR. Todos nos unimos y le gritamos al policía el típico insulto mexicano para recordar que el abuso de poder es un signo de cobardía, suena al unísono el: culeeeeeeero, culeeeeeeero, el andrajoso personaje no claudica en su intento de hacerse notar, y esquivando al policía se coloca enfrente del escenario en señal de triunfo. En ese momento se escucha una voz en inglés que nos pide de favor no tomar fotografías con flash, acatamos la oren aproximadamente cinco segundos. Y después de la advertencia nos invita a disfrutar el concierto. Luces tenues. Se enciende un reflector sobre el pordiosero y avienta un muñeco que tenía en el carrito de súper al escenario y todo quede a oscuras.

Estallidos color rojo, detonaciones musicales en do, la pantalla en forma de círculo muestra un símbolo bien conocido por nosotros: un par de martillos cruzados y al fondo los colores rojiblancos, el muro de los lados proyecta cartelones políticos y algunas consignas, siete escoltas con una bandera con el símbolo de los martillos aparecen en el escenario y empiezan a elevarse por los aires por medio de una estructura que los coloca varios metros más arriba del piso. Estamos impactados, los cohetes siguen explotando y en eso aparece el motivo que nos congrega: jeans y camiseta negra, tenis blancos, más vivo que la vez pasada, menos formal, con las mismas expresiones de siempre y sin saludar se coloca al lado del maniquí, se coloca la gabardina, se da una vuelta, agita su cabello todavía más brillante por el resplandor de las explosiones, ahora los lentes, levanta los brazos, nos ve y nos saluda con una sonrisa. Ahí lo que explota somos nosotros y empezamos todos juntos a entonar, “in the flesh?” a cada acorde se lanzan más fuegos artificiales y en lo alto los guardias ondean las banderas, termina la canción y empieza a arder el escenario, las chispas saltan tanto de arriba como de debajo de donde se encuentran los músicos, en eso se escucha detrás de nosotros la turbina de un avión que nos hace voltear y percatarnos que efectivamente un avión se enfila directito hacia la pared que se encuentra de mi lado, el avíon se estrella contra la misma, derrumbando unos ladrillos gigantes que caen hasta el piso y generando una explosión de sorprendente magnitud.

Demasiado para los primeros cuatro minutos. No sabemos a donde voltear ahora, permanece el palacio a oscuras y todos sin aliento tratando de asimilar todo lo que pasó. Ahí nos percatamos que con los minutos que hemos vivido, la experiencia ya valió la pena.