lunes, 2 de noviembre de 2009

Y volver, volver

La nostalgia es enfermiza. Difícilmente tiempos pasados siempre fueron mejores, sin embargo nos pasamos la vida idealizando cada etapa por la que ya pasamos, los amigos que alguna vez tuvimos, los amores platónicos que jamás ocurrieron y aquéllos que sí ocurrieron pero terminamos por derrumbar o permitir su caída. Esta nostalgia aplica en muchísimos aspectos de la vida, pero voy a enfocarme en el amor de pareja, en sus dos variantes ya mencionadas.

La menos interesante para mí es la de aquéllos amores que tuvieron oportunidad de ser. Es difícil y no es el propósito ahorita descifrar el amor, puesto que está rodeado de circunstancias que lo hacen diferente, pero a la vez, ordinario; más importante aún, es demasiado complejo y sería demasiado extenso. Cuando uno llega a querer/encariñarse/amar a una persona, cuesta trabajo la separación porque se caen como castillos en el aire los planes a futuro y los sueños de una vida juntos. No niego que después de experiencias semejantes (nótese el plural) llegué a pensar que jamás encontraría a alguien igual. Y hay gente que guarda dentro de su corazón el arrepentimiento y el rencor con la vida por haber tenido a alguien ideal y permitir que huya de su vida, sin llegar a perdonarse los posibles errores cometidos que alejaron a esa musa.

Sin embargo, el tiempo y mis circunstancias me llevaron a darme cuenta de que definitivamente sanan las heridas, si uno permite que cicatricen y quiere levantarse del suelo. Y me di cuenta que cada una de esas parejas estables que se alejaron o alejé, fue porque no eramos tan compatibles como lo llegué a pensar. Cuando pasa el lógico resentimiento y rencor, uno perdona y se perdona a sí mismo por los errores cometidos y da la vuelta a la hoja, simplemente porque no es posible vivir así mucho tiempo. Creo yo que la mayoría de las personas emocionalmente saludables (y yo) pasan por esta secuencia de sentimientos.

A diferencia de estos últimos, los romances que no florecen a pesar de nuestra voluntad, son libros incompletos de los cuales solo llegamos a leer el preludio y quedamos ansiosos de más. No sabemos si la persona que no nos correspondió era compatible, si era una psicópata, si era demasiado cursi, obsesiva, celosa, cariñosa, amable, detallista. Nos quedamos con la terrible incógnita que da vida a un mundo de posibilidades no exploradas. No digo que me pase la vida arrepintiéndome o martirizándome por esos “tropiezos”, pero sí reconozco que años después he pensado simplemente… “¿y si hubiera…?” Mujeres diferentes, con diferentes sueños, ambiciones, obsesiones, preocupaciones… hasta (bendito Dios) físicamente diferentes entre sí que pasaron de largo permitiendo sólo un vistazo a ese misterio tan atractivo que es una mujer. Tan diferente y tan igual una de la otra.

Si hay algo a lo que apuesto que cada hombre y cada mujer alguna vez en su vida llega a extrañar, es ese sendero verde lleno de vida y de sol que alcanzaste a vislumbrar pero no caminar por él y se convierte en un amor declarado muerto desde antes de nacer.

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